Artículo de Maruja Torres
El miedo ofrece seductoras tentaciones que la razón no debe atender. La comodidad es una de ellas. Más que la comodidad, el conformismo. Los colegas de Charlie-Hébdo lo sabían bien. Estar cómodos, estar conformes, no era lo suyo. Lo suyo era incomodar, y también inconformar. Somos muchos, de mi generación y posteriores, que vibramos de indignación y solidaridad tras el criminal atentado de ayer contra sus vidas y nuestra libertad de expresión. Y ello se debe a que Charlie Hebdo, durante décadas –con otros medios franceses que combinan sátira, crítica y denuncia: Hara-Kiri, Le Canard Enchainé– nos ayudó a inconformarnos. Que es lo mismo que afirmar que contribuyeron a formarnos como ciudadanía.
Pagaron con sus vidas nuestro derecho a reírnos de los malvados y a mantener nuestras mentes ajenas a telarañas: como ocurrió con la víctima de un atentado del ultraderechismo español contra El Papus, en los años 70. Ahora mismo no faltan las amenazas de integristas católicos contra Revista Mongolia. Porque en tiempos de periodismo versallesco, la persecución de los libres –de los que no aceptan ni cuotas de subvención ni corteses vasallajes– por parte de los poderes, ya sean establecidos y votados u oscuros y violentos, ya sean de una religión o de otra, de un credo político u otro; ya sean censores de guante blanco –los propietarios, por ejemplo– o brutos atroces organizados en bandas y envueltos en su versión del dios con el que camuflan su cobardía… La persecución, cualquiera que sea, sólo tiene un freno: no aceptarla. No doblarse. El freno somos nosotros. Por incómodo que nos resulte, es lo que debemos hacer.
No pensaba iniciar así este artículo, que iba a tratar de lo mismo, del miedo que quieren meternos en este año que empieza, aunque de otra forma. La lamentable actualidad ha metido su zarpa.
Iba a recordar, porque nos conviene hacerlo de cara a este año que viene con promesas pero también con amenazas, algo que presencié hace años, en Santiago de Chile, días antes de la votación que daría en las urnas un NO como una casa a la continuidad del régimen de Pinochet. El dictador-comandante en jefe, en medio de una estudiada ceremonia, pasó de la sede del Gobierno, el palacio de la Moneda, al ministerio de Gobernación –o como se llame: asuntos militares–, atravesando a pie las decenas de metros que separan ambos edificios, cruzando la avenida envuelto en su capa blanca forrada de rojo, engreído autoritario, seguro de que el referendo que había convocado siguiendo sus propias reglas para apaciguar a la opinión pública mundial iba a tener un resultado afirmativo que le confirmaría en el poder.
La avenida estaba apretada de gente –de fans, pensamos los periodistas, recluidos en un corralito especial–, y nos temíamos lo peor. Majestuosamente cruzó el tirano la amplia alameda que él insultaba con su simple presencia, sonriente caminó y, entonces, la muchedumbre, contenida profesionalmente por la temible fuerza policial uniformada –los pacos–, trufada de individuos del servicio de inteligencia, esa multitud indefensa, esa gente inerme, gritó. Y no gritó vivas, ni gritó heil, ni gritó honores al salvador de la patria contra el comunismo universal.
Le definieron, miles de gargantas, le definieron con un poderoso clamor: "¡Asesino!" Una y otra vez. Asesino. La pasma, preparada para los vítores y, si acaso, alguna avalancha de devoción, tardó unos segundos en reaccionar, y acto seguido se puso a repartir hostias. Y ellos no dejaban de gritar: "¡Asesino!"
Es seguramente el gesto de valor más conmovedor que he presenciado nunca por parte de una masa de moderada apariencia. Por imprevista –pero no tanto, si lo pienso: había ido cuajando la protesta, año tras año– pero, sobre todo, por disciplinada y valiente. Valiente. Con el coraje de la razón.
Cada país deshila ahora sus afanes, todos juntos tenemos cargas en común, y cada desafío que afrontemos merecerá respuestas diferentes. Firmeza ante el yihadismo, firmeza ante la excusa de la seguridad y el terrorismo para apretar mordazas, firmeza ante el autoritarismo del Estado, firmeza en el propósito de no sucumbir al decreto de pobreza, firmeza para que no nos desunan. Firmeza para echar, hasta donde podamos y más aún, a los perpetradores de tantos daños.
El año empieza mal, pero empieza sin tapujos. Los desafíos están a las claras. Los chantajes, las coacciones.
Y los miedos. Los miedos impostados e impuestos, que sólo pueden ser rechazados desde el profundo convencimiento de que lo único temible de verdad sería nuestro miedo.
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