Artículo de Mercè Vilarrubias, catedrática de Lengua Inglesa en la Escuela Oficial de Idiomas Drassanes de Barcelona. y Juan Claudio de Ramón, ensayista.
Creemos que, en materia de lenguas, y con el ánimo de
encauzar las tensiones que experimentamos en España, hay dos caminos. Uno ha
dado en llamarse “blindaje de la competencia en lengua catalana”. En nuestra
opinión, esta vía, nunca explicada en su detalle, es un error. La promoción del
uso y el aprendizaje del catalán, es decir, el lado razonable de esa
competencia, ya son potestades de las que la Generalitat goza bajo el marco
normativo actual. Por tanto, todo nuevo margen de autonomía sólo podría ser
usado para desarrollar más a gusto el lado no razonable de esa competencia, es
decir, para intensificar la política pro-monolingüismo que vacía de contenido
la oficialidad del español en Cataluña.
Existe, sin embargo, otro camino, mucho
más adecuado, que es el genuinamente federal: la aprobación de una Ley de Lenguas
Oficiales, del género de las que existen en otros países de similar patrimonio
lingüístico.
Actualmente,
el plurilingüismo de España se organiza según el llamado “bilingüismo
territorializado”; es decir, catalán, vasco y gallego son lenguas oficiales
sólo en las comunidades donde se hablan y los Gobiernos autónomos son los
encargados de promoverlas, con poca o ninguna intervención del Estado. La idea
de que el Estado ataca las lenguas cooficiales o entorpece su progreso no se
ajusta a la realidad. Cuestión distinta son los comentarios despectivos que a
veces se vierten desde medios de comunicación privados. Estas muestras de
ignorancia pesan en el envenenamiento de la convivencia; pero si nos centramos
en las actuaciones oficiales, de manera objetiva, podemos concluir que, desde
los comienzos de la Transición, el Estado no ha puesto trabas a la
rehabilitación de las lenguas distintas del español. Sencillamente se ha
inhibido: ni ha colaborado con entusiasmo en su recuperación ni ha puesto freno
a las prácticas en menoscabo del bilingüismo de los Gobiernos de signo
nacionalista.
Este laissez
faire sugiere que las
élites del Estado no terminan de interiorizar las consecuencias plenas del
hecho de concebir el catalán, vasco y gallego como lenguas plenamente
españolas. Puesto que si realmente lo son, alguna presencia y uso habrían de
tener en las instituciones de planta estatal. Muchos ciudadanos de las
comunidades bilingües captan esta falta de reconocimiento a sus lenguas
maternas cuando esperarían legítimamente lo contrario, esto es, una actitud de
cercanía y complicidad por parte del Estado que se comparte.
Frente a todo ello,
el Estado debería abordar las tensiones lingüísticas con un plan acorde con el
espíritu del federalismo y distinto de la vía del blindaje: tomar la iniciativa y desarrollar, por
primera vez, su propia política lingüística. Dicha política, que podría
insertarse en la reforma de la Constitución pero que no la requiere, se
apoyaría en una Ley de Lenguas Oficiales que mejorara el reconocimiento de la
realidad plurilingüe de España y sentara un marco claro de obligaciones de la
Administración y derechos de los administrados. Esta ley llevaría a hacer del
catalán, el vasco y el gallego lenguas oficiales del Estado junto al español,
permitiendo que tuvieran una presencia significativa en las instituciones,
órganos y actos de la Administración central; sin perjuicio de que, de manera
lógica y natural, el español siguiera siendo su principal lengua de trabajo.
¿En qué consistiría
esta ley? En primer lugar, habría de recoger y sistematizar lo que ya se hace.
De hecho, el Estado hace más por las otras lenguas españolas de lo que el
nacionalismo quiere hacer creer.
Esta es una pequeña relación de buenas
prácticas que la Administración central ya desarrolla:
1, prestación de
servicios en sus órganos periféricos en la lengua cooficial
2, traducción
diaria del BOE a todas las lenguas españolas
3,
traducción de las páginas web de los ministerios a las cuatro lenguas
principales
4, uso de las lenguas cooficiales en el Senado
5, mantenimiento
de un circuito de televisión y una emisora de radio en catalán, subsidiarias de
RTVE
6, en el extranjero, oferta de cursos por parte del Instituto Cervantes
de catalán, vasco y gallego
7, apoyo vía subvención a las industrias
culturales en otras lenguas españolas
8, reconocimiento de la excelencia de
creadores españoles sin importar la lengua española en la que trabajen
9,
acuerdo con la Unión Europea para costear los servicios de traducción de las comunicaciones
escritas en vasco, gallego y catalán de los usuarios con las instituciones
europeas
Ciertas de estas
medidas conocen incumplimientos y lagunas, pero importa retener que son
prácticas ya asumidas. Nos hablan de un Estado que va por el buen camino, pero
no con la ambición precisa.
Por ello, la ley que proponemos podría incorporar
las siguientes mejoras:
1, consideración de las cuatro lenguas españolas
principales como oficiales en los organismos de planta estatal —no
necesariamente de trabajo—, con hincapié en los órganos judiciales
2,
posibilidad de expresarse en las cuatro lenguas principales en el Congreso de
los Diputados
3, mandato a las Comunidades Autónomas de incluir en sus
currículos educativos la oferta del aprendizaje de otra lengua española
4,
obligación de rotular en las cuatro lenguas en el exterior de todos los
edificios estatales
5, obligación de visibilizar la diversidad lingüística
española en carteles, folletos y publicaciones oficiales en general
6,
desarrollo de la oferta audiovisual pública en catalán, vasco y gallego
7, uso
de todas las lenguas oficiales de España en actos de Estado, y en particular
los más solemnes
8, por lo demás, la cooficialidad en el ámbito español haría
más fácil modificar el Reglamento Lingüístico de la UE, para alcanzar también
el estatuto de cooficialidad europea.
Para esta propuesta es necesario anticipar
tres críticas razonables:
1: su aplicación supondría una elevación
injustificada del gasto. Nosotros no creemos que el coste fuera exagerado, y,
en todo caso, sería el precio por una España más inclusiva (todos tenemos en
mente gastos inmensamente mayores mucho menos justificados).
2: una
Administración tetralingüe es inviable. Obviamente, no se trata de que todos
los funcionarios deban aprender las cuatro lenguas principales; sí de asegurar
que los organismos estatales puedan comunicarse en las cuatro, por escrito,
sirviéndose de avanzados departamentos de traducción, y, oralmente, con algunos
funcionarios capaces de hacerlo.
3: estas medidas son innecesarias en
presencia de una lengua común, el español. Esta es la objeción de más calado,
que requiere ser pensada aparte.
La lengua española o castellana es el hermoso
legado que todos los españoles (y millones de no españoles) tenemos en común. Su
estigmatización por parte de los nacionalistas como lengua foránea o impuesta
militarmente en sus comunidades no se ajusta a la historia ni es respetuosa con
sus hablantes. Además el español es, como toda lengua franca, un eficaz
instrumento de comunicación, cuyo uso en órganos comunes parecer ser exigido
por el principio de racionalidad administrativa.
Sin embargo, es importante
entender que los Estados no son sólo organizadores racionales. Satisfacen
también necesidades de orden simbólico. Hablantes de una lengua poderosa, los
españoles de lengua materna castellana no siempre son conscientes de las
necesidades de reconocimiento de los hablantes de lenguas minoritarias.
La Ley
de Lenguas Oficiales vendría a subsanar este déficit simbólico al permitir a los ciudadanos de las comunidades
bilingües visualizar cómo sus lenguas existen también para el Estado central.
Al mismo tiempo, acercaría estas lenguas a los ciudadanos de las zonas
monolingües, ofreciéndoles la posibilidad de valorarlas y vivirlas como
propias.
Desde el comienzo de
la Transición, la inhibición del Estado ha permitido que el nacionalismo se
haya presentado como el representante, defensor y gestor único de las otras
lenguas españolas. Ha sido este un grave error estratégico cuyas consecuencias
a la vista están. En este momento, ante las peticiones para que la lengua le
sea entregada al soberanismo en una caja blindada, el Estado debe reaccionar
haciendo lo contrario: seguir las mejores prácticas en política lingüística
federal e involucrarse decididamente en la gestión y promoción de todas las
lenguas oficiales de España.
No hay comentarios:
Publicar un comentario